NATIVIDAD
Hoy, los cristianos celebramos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, que bajando a la tierra y haciéndose hombre, quiso enseñarnos a nosotros, hombres, que es posible ir al cielo, pues dice su palabra:” …En la casa de mi Padre hay muchas moradas…”
Para muchos no ha nacido, y esa es otra cuestión teológica.
Para otros no nació en Diciembre, pues los Inviernos son cortos y muy fríos, por lo que debió nacer en Primavera…
La verdad es que (con el mayor respeto a quienes opinen diferente), personalmente me da tres pitos que haya sido en Diciembre, en Junio o en Septiembre, total, qué más da…si de lo que hablamos es del nacimiento del Hijo de Dios; quien vino al mundo, se pasó su vida haciendo el bien, y fue muerto a causas de mis pecados y los tuyos, y quien hoy, luego de su pascua, está sentado a la derecha del Trono de su Padre Dios, quien desde allí nos gobierna con autoridad y justicia.
Cristo es el Camino, La Verdad y La Vida. Nadie va al Padre sino por él y a través de él…no hay atajos, no hay escondrijos, no hay vías alternas…es a través de El, o nananina.
CRISTO ES EL CAMINO
Jesús es el único camino al cielo, el único…el único, no hay más, no busquemos puesto que no encontraremos. Habrá parecidos, habrá alguna que otra copia, pero nadie nunca jamás ha osado decir (y demostrado) ser El Camino. Una afirmación tan exclusiva puede rechinar en el oído postmoderno, pero no por ello deja de ser cierta. La biblia enseña que no hay otro camino para la salvación sino través de Jesucristo. Jesús mismo dice en Juan 14:6 ” Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Él no es un camino, como en uno de muchos; Él es el camino, como el primero y único. Nadie, a pesar de su reputación, logros, conocimiento especial o santidad personal, puede venir a Dios el Padre excepto a través de Jesús.
Jesús es el único camino al cielo por varias razones. Jesús fue “elegido por Dios” para ser el Salvador (1 Pedro 2:4). Jesús es el único que ha bajado del cielo y ha regresado allí (Juan 3:13). Él es la única persona que ha vivido una vida humana perfecta (Hebreos 4:15). Él es el único sacrificio por el pecado (1 Juan 2:2; Hebreos 10:26). Él solo cumplió la ley y los profetas (Mateo 5:17). Él es el único hombre que ha vencido a la muerte para siempre (Hebreos 2:14-15). Él es el único mediador entre Dios y el hombre (1 Timoteo 2:5). Él es el único hombre a quien Dios ha “exaltado… hasta lo sumo” (Filipenses 2:9).
En varios lugares además de Juan 14:6, Jesús habló de sí mismo como el único camino al cielo. Él se presentó como el objeto de la fe en Mateo 7:21-27. Él es la puerta de las ovejas (Juan 10:7); el pan de vida (Juan 6:35); y la resurrección (Juan 11:25). Nadie más puede reclamar esos títulos.
La predicación de los apóstoles se centró en la muerte y resurrección del Señor Jesús. Pedro, hablando al sanedrín, proclamó claramente a Jesús como el único camino al cielo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Pablo, hablando a la sinagoga en Antioquía, señaló a Jesús como el Salvador: ” Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39). Juan, escribiendo a la iglesia en general, especifica el nombre de Cristo como la base de nuestro perdón: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre” (1 Juan 2:12). Nadie más que Jesús puede perdonar pecados.
La vida eterna en el cielo sólo es posible a través de Cristo. Jesús oró: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Para recibir el regalo gratuito de la salvación de Dios, debemos mirar a Jesús y sólo a Jesús. Debemos confiar en la muerte de Jesús en la cruz como nuestro pago por el pecado y en Su resurrección. “La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en Él” (Romanos 3:22).
En un momento del ministerio de Jesús, muchos de la multitud le estaban dando la espalda y saliendo con la esperanza de encontrar otro salvador. Jesús le preguntó a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67). La respuesta de Pedro es exactamente correcta: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:68-69). Que todos compartamos la fe de Pedro de que la vida eterna reside sólo en Jesucristo. Como decía el Santo José María Escrivá de Balaguer: “Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra.
CRISTO ES LA VERDAD:
Hubo un tiempo en que la gente estaba segura de lo que sus ojos habían visto y sus oídos habían oído. Ya no. Vivimos en una era de escepticismo donde muchos tienen dificultades para aceptar un concepto elemental de verdad. En esta era comúnmente llamada posmodernismo, muchos sostienen que no hay conocimiento real en el mundo externo, que nuestros sentidos humanos pueden percibir. Como dijo Nietzsche, “No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos”. Todas las afirmaciones a la verdad son meras “construcciones sociales”; son relativos, en lugar de absolutos. La idea de una persona es tan buena como la de otra. Por lo tanto, para reclamar la verdad absoluta, una que todo el mundo debe creer y seguir, es considerado por muchos hoy en día como inmoral porque esto sería imponer la propia creencia sobre los demás.
Esta confusa noción de realidad llamada relativismo está en el corazón de la crisis que amenaza la cultura popular hoy en día. De hecho, el Papa Benedicto XVI consideraba que el relativismo es el mayor problema de nuestro tiempo. Este peligro, que él llamó “una dictadura del relativismo”, ha invadido y moldeado tan profundamente la cultura popular que un gran número se ve a sí mismo como su propio juez moral. El relativismo cambia el enfoque de la realidad al sujeto individual. Y como las personas tienen diferentes percepciones, la verdad se considera relativa. Sin embargo, esto sólo puede conducir a una “dictadura” de opiniones porque cuando ya no podemos apoyarnos en la realidad y la razón para demostrar nuestro punto, nos quedamos discutiendo y luchando por el poder, lo que resulta en caos e incluso violencia. Sin razón y realidad como base para buscar la verdad, aquellos con más dinero, poder e influencia se verán tentados a forzar sus opiniones sobre los demás. Cuando ya no existe la verdad comúnmente aceptada, hay una lucha por el poder. Por lo tanto, donde la verdad se rinde al poder y no queda verdad común, el poder desnudo toma el control. Una sociedad que está apoyada por tal locura termina en el nihilismo, donde el bien objetivo y el mal no existen, donde las personas humanas no saben quiénes son y por lo tanto creen en nada que valga la pena sufrir y luchar por, ni siquiera la vida misma.
Una vez más, volvemos a la pregunta importante: “¿Qué es la verdad?” y al anuncio de Cristo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14:6). Jesús vino al mundo para revelar al Padre a todos los que estaban perdidos y separados de Dios. Jesús mismo es la Verdad, una verdad que viene de fuera del mundo pero que da sentido al mundo, una verdad absoluta e inmutable pero que se transforma para mejor a quien toque. Cuanto más lo busquemos, la Verdad y cuanto antes nos conformemos a Su santa voluntad, ya sea expresada en las leyes inmutables de la naturaleza o en la Sagrada Escritura revelada, más pronto encontraremos significado, felicidad y la realización por la que fuimos creados. “Conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8:32), libres de quedar atrapados en los confines de nuestros propios pensamientos y deseos.
Por lo tanto, cuanto más conocemos al Señor, más conocemos la verdad; porque la verdad no es simplemente un conjunto de hechos, sino una relación personal con Dios. A diferencia del relativismo que construye su casa sobre la arena de las opiniones subjetivas, Cristo nos llama a edificar nuestra vida sobre Él. Para hacer esto, debemos tener hambre de lo que Él enseña, estudiarlo con profundo deseo y luego edificar nuestra vida sobre este sólido fundamento; aceptando Su invitación: “Al acercarse a Él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también ustedes, a manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual …” (1 Pe 2,4). Frente al relativismo desenfrenado, el Señor nos llama a conocer la verdad que nos liberó de las mentiras de Satanás para dar testimonio de Jesús en el mundo.
El posmodernismo afirma que la única verdad que existe es el poder. Pero no hay mayor poder que la verdad que encontramos en Jesús. Vivir la verdad del Evangelio tiene enormes consecuencias personales y sociales con el potencial de causar un colapso de toda una casa de cartas. El testimonio de los primeros Cristianos da prueba al hecho de que la verdad no puede extinguirse permanentemente. La verdad tiene un poder propio, un poder que ningún mal vencerá. San Agustín describió la verdad como un león; suéltalo, dijo, y se defenderá. Jesús encarna la esperanza del triunfo final de la verdad. Que demos testimonio de esta verdad, que sólo se encuentra en Jesús, y que nosotros, con nuestras palabras y nuestra vida, demos una respuesta clara y distinta a la pregunta de Pilato: “¿Qué es la verdad?”.
CRISTO ES LA VIDA:
¡Vida de mi Vida! Vida de mis anhelos, de mis sueños, de lo que espero! Jesús es mi VIDA¡ Sin él sólo existe muerte, obscuridad, llanto, tristeza! Qué quieres, qué deseas para ti y los tuyos VIDA o MUERTE: ¡NO HAY MAS!. Todos queremos vivir lo mejor posible, aunque, por otra parte, no cuidamos nuestra vida, la despreciamos y abusamos de ella. La vida es la necesidad básica y primera de todas cuantas tenemos los seres humanos; todos buscamos integridad de vida, seguridad de la vida, una vida feliz y una dignidad de vida. Lo que Jesús quiere es dar vida, que la gente tenga una vida plena, digna, segura, feliz; por eso cura, da de comer a los hambrientos y acoge a los excluidos.
Jesús es vida y ésta la entrega por todos, su muerte es la mayor prueba de amor que puede dar al Padre y a sus hermanos (Jn15,13). Jesús dice a Marta: Yo soy la resurrección (?) El que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás (Jn 11,25); él vino para que tengamos vida y vida en abundancia (Jn 10,10). El que cree en él tiene vida; es, precisamente, la fe en Cristo lo que nos hace justos ante Dios. Dijo que Sus palabras son vida (Juan 6:63). Él prometió que aquellos que creen en Él tendrán vida eterna (Juan 3:14-15). El es el pan de vida (Juan 6:35); y la resurrección (Juan 11:25). Nadie más puede reclamar esos títulos.
Todo hijo nacido de Dios vence al mundo y la victoria por la que vencimos al mundo, es nuestra fe. La vida que da Cristo es una luz y una fuerza especial que hace posible esta vida nueva. Gracias a Cristo, ya es posible comenzar a vivir con Dios para Dios, participar de la misma vida de Dios, a través del conocimiento de Cristo y del amor mutuo. El creyente tiene que ser de Cristo, pertenecer a él, vivir en él; ser una criatura nueva en Cristo (2Co 5,17), revestirse de Cristo (Ga 3,27), dejar que habite en el corazón por la fe (Ef 3,17).
Se bebe según la sed y para encontrar la fuente sólo la sed nos alumbra (Luis Rosales). El ser humano tiene sed de eternidad. Está hecho para beber en las fuentes de agua viva, en Dios. No encontrará descanso ni podrá saciar su sed hasta que no se encuentre con el Creador. Esta necesidad de Dios se revela, a veces, en la búsqueda insatisfecha y constante de la verdad, de la bondad, de la belleza, de la felicidad y la dicha. Quien busca la verdad, busca a Dios a sabiendas o sin saberlo (Edith Stein).
Quien tiene hambre, lo come; quien tiene sed, bebe de su sangre. La Eucaristía es comida. Necesitamos comer y beber para alimentarnos, poder vivir y trabajar. Compartir la misma mesa conlleva amistad, familiaridad; esto mismo Pablo lo aplicará en sentido espiritual: Somos un pan y un cuerpo, porque todos participamos del mismo pan (1Co 10,16). Cristo en la comida pascual escogió el pan y el vino. El pan es la comida común en muchas culturas; es símbolo de hambre y de alimento, de alegría, de fuerza; es fruto de la tierra y del trabajo del ser humano. Éste tendrá que ganar el pan con el sudor de su frente.
Hay muchos medios que tenemos a nuestro alcance para participar de la vida de Jesús. Él nos invita a acercarnos a él, a comerlo, pues el que va a él, nunca tendrá hambre (Jn 6,35), y no volverá a tener sed (Jn 4,14). Jesús es la fuente de agua viva, sólo él tiene palabras de vida eterna (Jn 7, 68). Jesús es el pan de vida. Lo repite Juan varias veces en el capítulo sexto de su evangelio: Si uno come de este pan vivirá para siempre (Jn 6,51). El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6,56). Somos lo que comemos; nos convertimos en lo que comemos. Quien come a Cristo permanece en él, en su amistad, en su amor.
La Eucaristía nos cristifica, nos hace cristianos; al comulgar con Cristo hemos de comprometernos a comulgar con los hermanos, pues es fácil decir sí a Cristo, pero es más difícil decir sí al hermano. No puede haber Eucaristía sin fraternidad, sin una actitud de apertura, de entrega y de unión con los demás. Compartir la misma mesa conlleva amistad, familiaridad; Pablo lo aplicará en sentido espiritual: Somos un pan y un cuerpo, porque todos participamos del mismo Pan (1Co 10,16). El que come a Cristo tendrá la vida que brota de él, vida abundante, vida verdadera y vida eterna; el que no come su carne ni bebe su sangre no tiene vida. Quien come a Cristo aumenta la fe; la Eucaristía no es algo mágico, sólo tiene sentido desde la fe en el Hijo del Hombre y en la acción del Espíritu. Quien come del pan de vida, se hace al mismo tiempo pan y alimento para los demás. Sin él, sin estar unido a él, no se puede tener vida, ni ser vida para los otros.
Jesús está dentro de nosotros como un manantial de vida, como una fuente de agua viva que sacia todas las ansias de amor, de verdad, de libertad, de vida. El mismo Jesús nos invita: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Y comenta inmediatamente el evangelista: Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él (Jn 7,38-39). Nosotros tenemos el Espíritu de Jesús.
Quien ha encontrado a Jesús como fuente de agua viva, trata de suscitar la sed en los demás y, al mismo tiempo, tenemos que dar de beber al sediento. A nuestro lado hay muchas personas que la sienten y angustiosamente..
Como dijo Santa Teresa de Calcuta: “Jesús es mi DIOS, Jesús es mi ESPOSO, Jesús es mi VIDA, Jesús es mi único AMOR, Jesús es todo mi ser, Jesús es mi todo.”
Jesús es camino, verdad y vida
Juan Carlos