¿Arena o Roca?
No hace mucho tiempo, cometí un serio error contra una persona que quiero y que sé que me quiere mucho.
Reconozco que con las personas que quiero, soy algo desinhibido. La mayoría de las veces se entiende mi modo de hacer broma, y resulta que presuponiendo que los demás siempre están receptivos a mis bromas, me atrevo a lanzarme con la “casi entera” confianza de lo que lo van a tomar bien, el relajo les va a caer bien y por último, me lo van a celebrar.
Bajo esa presuposición, debo admitir que a veces las personas no están para relajo, y que otras veces existe una raya fina, que dependiendo de cómo estén, y, obviamente, del tipo de relajo, las personas, aun queriéndote, o tal vez porque te quieren, te llaman la atención (como debe de ser).
Pues esa noche estábamos en ambiente festivo, había música, estábamos esperando la cena, me había tomado un par de tragos (pero les prometo que estaba en mis cinco sentidos) y, estando sentados frente a frente, empecé a relajar con esta persona (repito que es una persona que quiero y que me quiere), y esta persona en cuestión comenzó a reírse a carcajadas, hasta que llegó el momento aquél (the turning point, dirían los anglófonos) e hice “aquél aquella pregunta relajo”, como si hubiera hecho cualquier chiste más. Antes de entrar en su reacción, podría decir, que me hubiera hecho la pregunta a mí, yo, Juan Carlos, lo hubiera tomado “chilling” (como se dice ahora), y hubiera seguido el relajo a costilla mía, sin un pelo de rubor.
Pero, la persona en cuestión, me miró fijamente, me habló directamente a la cara, me llamó seriamente por mi nombre, y me dijo que no relajara con eso, que a él no le gustaban esos relajos y que de verdad “me había pasado de los límites”.
Cuando ocurren cosas así, no me detengo a preguntarme que fue lo que dije?, sino que prontamente, busco subsanar cualquier sentimiento de incomodidad que le haya hecho pasar al ser querido y le hago el comentario de que siento mucho haberle ofendido y que tendré más cuidado en lo adelante con ese tipo de relajos, porque de verdad entiendo que lo verdaderamente importante no es lo que haya dicho, no lo que creo sobre lo que dije, sino cómo se haya sentido el ser querido.
Me quedé el fin de semana muy pensativo, con respecto a lo mal que hice sentir al amigo, pensé en llamarlo, pero recordé que en 5 días nos volveríamos a rencontrar en un grupo más pequeño, en un ambiente más cálido e íntimo.
Llegó esa tan esperada noche, y estando todos los demás presentes, llegó el, con su cara muy seria (normalmente no es así); ya habíamos empezado nuestro momento de oración y una buena parte de nosotros había orado, hicimos una o dos canciones más por si acaso alguien más quería (en la libertad del Señor), hacer su oración. Creo que alguno más hizo oración, aunque el “hermano” en cuestión no oró.
Terminado este rato, y cómo el había llegado algo tarde, se dispuso a saludar a los que ya estábamos presentes al momento de haber llegado al grupo de esa noche. El hermano nos saludó muy fríamente, con un gesto bastante serio (cosa no habitual), e inmediatamente percibí que seguía herido por lo de aquella noche.
Pedí un turno especial para mí, le miré, le hice un gesto de sonrisa, y le conté a todos la siguiente historia que (no hacía mucho tiempo) había leído: “Había dos amigos que iban caminando por el desierto, uno de ellos había ofendido al otro, y el segundo le golpeó en la cara y lo tiró al suelo”, estando todavía allí tumbado, el primero escribió en la arena: ¡Hoy mi amigo me golpeó y me tiró al suelo!
Prosiguieron la travesía por el desierto muchos días y en un momento dado el primer amigo (digamos, el ofensor) cayó en una trampa de arena movediza y empezó a hundirse…el segundo amigo, (digamos, el ofendido) tomando una cuerda bien fuerte (que tenía en uno de los camellos), extendió un extremo de la cuerda al amigo y el otro lo dejó atado al camello, al que hizo echar a andar, y así pudo sacar a su amigo de esa dichosa trampa. El amigo ofensor, quién casi muere, agradeció (echado a sus pies), el haberle salvado la vida. Se fue caminando a la roca más cercana y talló sobre ella:” hoy, me amigo me salvó la vida”
Cuando el amigo vio esta acción le preguntó: ¿por qué cuando te ofendí lo escribiste sobre la arena y ahora cuando te he salvado, lo has tallado en la roca?
El amigo interpelado contestó: “quiero que lo mal que pudiste haberme tratado se lo lleve el viento…pero quiero que este bien que me has hecho, permanezca, lo pueda volver a ver las veces que sea necesario, lo vean los míos y todo aquél que pueda pasar por aquí”.
Paso seguido, volví (esta vez de manera más formal y teniendo a los hermanos como testigos), pude pedir perdón, y recibir perdón, que era lo que nuestras almas, nuestra hermandad y nuestra amistad necesitaban.
Los animo pues, a dejar pasar muchas cosas, y si de verdad la falta que les han cometido, necesita ser reparada; lo conversen, y no dejen de escribirla sobre la arena del desierto, donde el primer viento fuerte, la borre.
También les animo a hacer un buen ejercicio de memoria, y se acuerden de todas las obras buenas que (ya sea a nosotros o a algunos de los nuestros), les hemos visto hacer y, más aún, cada vez que sintamos que está actuando a favor nuestro, busquemos un trozo de roca y tallemos ese nombre y esa acción, donde el viento fuerte no la pueda borrar, y pueda permanecer para las futuras generaciones.
¿Arena o Roca?
JC