“…casi lo pude tocar”
Nuestro último evento comunitario fue excelente. El tiempo de alabanza estuvo excepcionalmente bueno. La oración de los hermanos, fue absolutamente celestial.
Pero hubo un momento cumbre en la asamblea, un momento que marcaría un antes y un después, y fue el momento en que llegó El Santo, (el 3 veces Santo), a visitarnos. Fue traído hacia un lugar especialmente diseñado para la ocasión con el fin de que pudiéramos verlo y adorarlo.
A veces peco de ser altamente distraído, pues envuelto en mis pensamientos, y ayudado por estar con mis ojos cerrados gran parte del tiempo, paso de muchas cosas que están a la vista de la inmensa mayoría; y ocurre que luego no sé qué responder ante preguntas simples y corrientes. Pues, en ese “distraimiento”, no me percaté de ese lugar especial, que, había sido debidamente preparado con anterioridad a nuestro arribo al lugar de la Asamblea.
Y llegó la hora marcada, el tiempo señalado, el minuto acordado, en que un par de hermanos traerían el Santo Sacramento y lo harían desfilar por el centro del salón. Como era de esperar, todos nos fuimos postrando a su paso, unos inclinando la cabeza, otros semi genuflexión y otros totalmente arrodillados, pero todos en actitud de adoración ante el Rey, Dueño y Amo, Señor y Salvador, Alfa y Omega, Principio y Fin, Creador de todo cuanto existe y por quién fueron hechas todas las cosas.
Allí estaba El, entre nosotros, en Gloria y en Victoria, el Santo de Dios.
Como “casi siempre”, fue un tiempo de intimidad, de unidad, de fundir nuestra vida con quien es la Vida.
En lo personal fue, sobrecogedoramente, un tiempo de quietud, un tiempo inmóvil, donde solo se escuchaba (en el interior) su PAZ. No sé si lo habré escuchado anteriormente o si es la primera vez que lo puedo imaginar y apenas balbucear, pero fue un tiempo donde escuché su paz.
Hubiera querido que todo el salón, que todos los hermanos hubieran estado en actitud de silencio interior, en el mismo silencio interior que yo; pero cómo acallar las voces de quienes tenían necesidad de alabar y adorar en voz alta… pero yo, yo sólo tenía necesidad de hacer nada, de pensar nada, de estar quieto solo en él…escuchando su paz.
Y en un instante, dentro de mí, “casi lo podía tocar”… estaba a un palmo de mi mano; sabía que no lo podía tocar, pero el deseo era ese.
Allí estaba él, entre nosotros, en Gloria y en Victoria, el Santo de Dios.
De repente sentí que alguien me tocaba el hombro derecho (y sabiendo que no era Dios), me di la vuelta y vi a alguien (una de las que habían llevado al Santísimo, un rato antes) y ese alguien me preguntó sí quería recibirlo dentro de mí; rápidamente y sin titubear respondí que sí y así fue que nos fuimos a un salón más pequeño; donde, luego de hacer la oración preparatoria (que precede al recibimiento del Cuerpo de Cristo), lo recibí…. regalo tan grande, gracia tan inesperada, don tan sobrecogedor, etc.
Debo decir que hubo un momento, apenas 2 horas antes, y debido a algunas molestias que ya empezaba a sentir, cuando me debatí entre ir o no ir a la asamblea; sin embargo, me sobrepuse a mí mismo y a mis limitaciones, y me dije: “si voy a ir”. Ahora sólo soy capaz de imaginar todo lo que me hubiese perdido de no haber asistido a esa asamblea de oración, en la que celebramos la Pascua de Resurrección de nuestro Señor, y cuando “casi lo pude tocar”.