Creí que nunca oiría esto.
No hace mucho tiempo entré a la casa de un amigo muy conocido (y muy querido) en el mismo momento que su hijo mayor le increpaba diciendo :”…es que tú lo que quieres es pelear conmigo?. Dímelo si es que quieres pelear porque hoy estoy que no le aguanto nada a nadie?.
Fue chocante, conmovedor, paralizante, etc, escuchar aquellas palabras y ver la actitud de ese joven; verle iracundo y en actitud desafiante, y escucharle increpar de esa manera a su padre, a quien personalmente conocía hacía mucho tiempo, y podía dar fe de su bonomía y su gran corazón.
También conocía al joven y tenía una muy buena impresión de él, ademas me constaba el orgullo con que su padre se jactaba al hablar de él y los comentarios que de él escuchaba por parte de la gente que lo conocía.
El motivo de la discusión había sido algún comentario que su padre, a manera de chanza, había hecho sobre unas libras de más que (él entendía) su hijo tenía. Fué en ese aciago momento en el que entré por la puerta de la casa; vi cómo la cara del padre se desencajó, y, no dando crédito a lo que él escuchaba, lo ví marcharse a su habitación; Solo atendí a agachar mi cabeza y por supuesto yo me despedí y me marché.
Muchas veces, los jóvenes de hoy en día tienden a tratar y hablar con los padres y de los padres de una manera totalmente irrespetuosa, poco elegante y absolutamente anti bíblica.
En lo personal nunca se me hubiera ocurrido desafiar a mi padre terrenal a un pleito y mucho menos se me hubiera ocurrido oír a mi padre terrenal desafiar de esa (o de ninguna manera) a mi abuelo, ya que hubiese conocido a un “viejo resabioso”.
Considero esta escena condenable desde todo punto de vista.
El padre merece admiración, merece respeto, merece cariño y merece amor. Son reglas y normas de mera existencia y de justa consideración con el progenitor.
La palabra de Dios es muy explícita en lo que atañe al respeto que deben de dar los hijos a los padres. Nos cuenta, entre otras cosas, sobre cómo y por qué debemos de honrar a nuestros padres, ya que es el el único mandamiento que trae consigo una promesa. San Pablo lo define de manera inigualable en su carta a los Efesios 6, 1-3: Hijos, obedezcan a sus padres porque ustedes pertenecen al Señor, pues esto es lo correcto. «Honra a tu padre y a tu madre». Ese es el primer mandamiento que contiene una promesa: si honras a tu padre y a tu madre, «te irá bien y tendrás una larga vida en la tierra».
No quise saber más de cómo terminó esa historia infeliz, lo que sí es que me causó una terrible impresión el haber presenciado tan desafortunado incidente.
Quiera El Señor que quienes tenemos hijos nunca tengamos que pasar por una experiencia parecida.
Juan Carlos