Días Buenos.
Escribí este post desde playa Bonita hace unos días desde Playa bonita, lugar de ensueño de la provincia de Samaná. Aprovechamos esos días de asueto para pasarlos con unos amigos-hermanos que ya forman parte de nuestros seres más queridos.
Fueron días para distendernos y soltar carga, gozarnos en la naturaleza, esta hermosa creación donde se desarrolla nuestra vidas, y dar gracias a Dios (nueva vez) por el regalo de la vida, el regalo de la hermandad, el regalo del disfrute y el gozo sanos, y el regalo del tiempo, para poder disfrutarlo y retomar fuerzas nuevas para seguir enfrentando la realidad que nos toca vivir.
De igual manera aproveché estos días para leer, echando algunas páginas para la izquierda, con material que llena el espíritu, agranda el corazón (y en ensancha el cariño por todo y por todos); pero, por sobre todas las cosas, agiganta aún más la devoción, la reverencia, el asombro y la gratitud, como está escrito en alguna de los himnos de nuestro Cantoral cristiano.
En medio de todo esto, había recibido la buena Nueva de que mi amigo está mucho mejor y de que los hallazgos patológicos observados en sus estudios previos, van desapareciendo; lo que no solo muestra la observancia a las indicaciones de los médicos especialistas, sino, por sobre todas las cosas, El amor y la Misericordia de Dios, manifestado en la salud del que padece algún tipo de enfermedad y clama a él.
El Señor siempre tiene un mejor plan que el que podemos hacer nosotros mismos para con nuestra vida. Dios es bueno, bueno es Dios: como decía aquél diálogo en aquella tan vista película cristiana.
Muchas veces damos por sentado el hecho de gozar de una buena salud, y podemos llegar hasta creernos que nos la merecemos, entre otras cosas, por lo bien portados que somos, ya que, como se suele decir: “no matamos, no robamos, etc., y llegamos a trivializar nuestros pecados, de forma que ya nosotros no pecamos sino que cometenemos pequeñas faltas (pero que por demás son bastantes menores y más simples que las de los demás).
Si fuéramos, por asomo, así de tolerantes con el prójimo, con quien muchas veces demonizamos cualquier pensamiento o acción que entren en conflicto con nuestra valoración del bien y del mal.
Estos buenos días los culminé asistiendo al encuentro con mi Señor y Salvador, en el Santísimo Sacramento. Recibir la eucaristía (para los que somos cristianos católicos) es algo vital, irremplazable y de importancia cimera.
El Evangelio de ese día me confrontó con la verdad irrefutable de que hay que ser como niño para entrar en el reino de los cielos. Hasta ese momento, estaba muy convencido que el ejemplo se trataba del hecho de que los niños son frágiles, criaturas (muchas veces) incapaces de valerse por si mismos…sin embargo, ese día aprendí la asociación de que los niños son almas blancas, límpidas, sin lastres pesados, en otras palabras, almas puras, etc…, por lo que debe de ser afán de cada día, el tener los piés en el suelo, el corazón en el pecho y los ojos fijos en el cielo, donde está la “Fuente de la Vida”.