EL ANILLO
El 21 de abril de 1986 me gradué de médico en la Universidad Nacional Dr. Pedro Henríquez Ureña (UNPHU). Para el acto de investidura, mi hermano menor me regaló el anillo de graduación, prenda que por décadas fue motivo de grandísimo honor y orgullo portarla en el dedo anular de mi mano derecha. Este anillo siempre estaba pegado a mi dedo anular, como si fuera parte de él, y sólo me lo quitaba para ducharme y para acostarme, luego estuvo conmigo todo el tiempo.
Era un anillo hermoso, de oro de 10K con el hermoso logo de la UNPHU en la parte superior del mismo y mi nombre: “Dr. Juan Carlos Vargas Decamps, 21-04-1986 grabado por dentro; lo veía constantemente, pues para mi significaba el haber sobrevivido a los embates de la Escuela de Medicina, pudiendo vencer a mi más grande adversario, el Dr. Mariano Defilló Ricart, causa y razón del éxodo de ciertos grupos de buenos, regulares y malos estudiantes de la que era llamada: “La Excelencia Educativa”.
Había cursado 15 semestres (de los de antes), es decir 7 1/2 años, después de haber iniciado mi viaje un 26 de agosto de 1978, y por fin llegaba a primer destino. En ese largo viaje, que iniciáramos cerca de 125-130 jóvenes (entre 16 y 18 años), fueron cayendo a diestra y siniestra muchos marineros, de forma que esa tarde primaveral, apenas éramos un puñado de 12 sobrevivientes quienes lucíamos nuestras togas, birretes, borlas y esclavinas.
Continuando con mi relato, este anillo no me lo quitaba nunca, lo lucía con garbo y estilo, y, sin proponérmelo, casi le enrostraba a los demás, el hecho de que había terminado el tiempo de las aulas universitarias y de que ya era todo un profesional.
Y así andaba yo por la vida, no con un anillo pegado a mi dedo anular sino con mi dedo anular pegado a “mi anillo”. Y ahora que lo pienso mejor, bien pude haberme sentido como el “Señor de los Anillos”, pues tenía en el otro dedo anular (el de la mano izquierda), EL ANILLO, el verdadero anillo, el de mi alianza conyugal y compromiso matrimonial.
Soy muy musical, sobretodo “muy percusionista” y al tener el anillo de graduación en mi mano derecha, empecé a golpearlo contra cualquier superficie que produjera un sonido diferencial; pero, con el tiempo, esos golpes que producía con el anillo, repetidos por años, hizo que un día, ese emblema distintivo de la UNPHU, se despegara y cayera al suelo.
En ese momento sentí una mezcla de rabia y arrepentimiento, sabiendo que yo mismo había sido el responsable del desprendimiento de la parte más importante de esa prenda. Fue tal el dolor y el arrepentimiento que la semana siguiente estaba visitando joyerías a ver si tenía arreglo… la mayoría de los joyeros me aconsejaban que comprara otro nuevo de cajeta (con un precio que me encontré super altísimo), y sólo uno de ellos se ofreció a que, por una módica suma, él iba a hacer su mejor esfuerzo por pegarlo.
Volví a los 3 días y aunque no puedo decir que el trabajo había sido una chapucería, verdaderamente dejó mucho que desear… más aún así, volví a empezar a usar “mi anillo”, pero como dice el refrán: que poco dura la felicidad en casa del pobre; a los pocos meses, un buen día, volvió a despegarse el escudo de la UNPHU, y ya lo dejé así.
He aprendido que “el anillo” no define mi verdadera vocación, que hay cosas que parecen “importantes” y que no lo son, y, finalmente (como escuché hace ya algún tiempo): “SI TU FELICIDAD ESTA PUESTA EN ALGO QUE PUEDES PERDER”, entonces debes revisar dónde has puesto tu esperanza.
Juan Carlos Vargas.
19 de febrero de 2024