¡El Don de la Acogida!
La palabra “acoger” viene del latín *accolligere* y significa “admitir en casa, dar refugio”.
He empezado este pequeño escrito refiriéndome al “DON DE LA ACOGIDA” y como todo don, regalo o dádiva, no tenemos mérito alguno en él pués no hemos hecho absolutamente nada para merecerlo.
No estoy hablando del hecho de ser ameno, simpático, extrovertido, hablador (y estoy seguro que todos estos atributos están incluídos), pero estoy yendo más allá. El Don de Acoger es ser cálido, es, además de ser buen hablador, es ser buen “oidor”, buen “escuchador” del otro o los otros. Fijar los ojos atentamente, en la persona que tenemos delante, mostrando sumo interés en lo que dice verbalmente, en lo que dice no verbalmente y, de forma especial en lo que no dice.
Es hacer que nuestro interlocutor sepa y perciba que de verdad NOS IMPORTA, que no ha pasado desapercibido sino que nos ha llamado la atención y que “sienta” nuestro interés por él.
En todos los ambientes, aunque de manera muy particular, en el ambiente cristiano, el don de la acogida es sumamente importante y vital para la vida futura de esa persona que hasta hace poco era desconocida, o conocida de oídas.
Quiero recordar nuestro primer tiempo en Madrid. Yo ya tenía más de 1 año establecido en mi hospital, ya había conocido algunos colegas dominicanos, había salido alguna que otra vez con ellos, pero, salvo contadas ocasiones, eran solo mis compañeros de trabajo.
Veníamos de una buena y dilatada trayectoria de fe. Habíamos vivido un buen tiempo como miembros de un grupo de oración carismático llamado “Cristos Jóvenes” y en los últimos dos años, como miembros de la primera Comunidad de Alianza de la Espada del Espíritu en la República Dominicana, la que llamaríamos “Comunidad Cuerpo de Cristo”, la cuál no era más que un pequeño grano de mostaza de 12 miembros, a semejanza de los doce apóstoles. Debido a esta vida de fe cristiana gozábamos de tener “hermanos” comprometidos con nosotros y viceversa, en otras palabras, estábamos presentes en la vida eclesial y nos sentíamos rodeados y respaldados por otros con el mismo celo evangélico o aún mayor.
Cruzamos el charco, llegamos a Madrid, pero era un Madrid para dos!. Durante el día yo Iba a mi hospital y ella a su trabajo, por las noches salíamos a dar una vuelta y a conocer la “marcha madrileña” y algunos fines de semana, a salir como pareja o servir de guías turísticos de otros dominicanos que iban de visita. Los Domingos, como buenos cristianos católicos, íbamos a misa, pero a los pocos meses nos faltaba algo, ¡nos faltaban los hermanos!; porque ¿cómo de repente y zopetón, íbamos a encontrar “hermanos” en una ciudad grande como Madrid? Pues les cuento que fué más fácil de lo que nuestra mente pudo imaginar al principio. Seguimos una recomendación para que buscáramos un grupo de oración llamado “Palabra de Vida”, donde habían muchos latinoamericanos y que era dirigido por un argentino llamado Carlos Calvente, e inmediatamente intuí que era una respuesta del Señor. Llamé al número de teléfono que estaba en el directorio de grupos de oración, les dije quien era, de dónde venía y qué hacía en Madrid, y les conté del interés (que tanto mi esposa como yo) teníamos de asistir a ese grupo de oración. Me respondieron que estarían “encantados” de recibirnos. Y fué así que el primer sábado de pascua de 1989, llegamos por primera vez a la Comunidad Cristiana “Palabra de Vida” de Madrid, España.. Era aún en época de frío (estábamos entre finales del invierno y principio de la primavera); llegamos con relativa facilidad puesto que las reuniones de la Comunidad se realizaban en la parroquia de San Bruno. Nos sorprendió gratamente ver un grupo de unas 40 personas, de varias nacionalidades, todas sonrientes y felices,etc., pero lo más llamativo fué el espíritu de acogida, de hospitalidad, de calidez, etc., que nos permitió no sentirnos forasteros ni extranjeros, ni extraños… Se presentaron con sus nombres, nos acompañaron a nuestras sillas, nos alcanzaron los cancioneros; el moderador nos presentó a toda la comunidad con nuestros nombres, de dónde veníamos y qué hacíamos en Madrid. Pasado el tiempo de alabanzas, hubo una pequeña instrucción, se dieron los avisos finales, se dió por terminada la reunión, y como era la costumbre del lugar, pasamos al bar Volga a tomar un refresco, una cerveza, un vino, pero sobre todo a permitir que los miembros de la Comunidad pasaran por nuestra mesa a presentarse de manera más relajada.
Luego de un tiempo, tomar el autobús o el metro y regresar a la casa….y comentar qué nos había parecido a cada uno la noche…En resumidas cuentas…había sido mejor de lo que esperábamos. Allí aprendimos los conceptos básicos (y no tan básicos) de la vida en comunidad cristiana. Se nos asignó un grupo de compartir a cada uno, según sexo y estado civil. Hicimos hermanos-amigos hasta el sol de hoy. Han recibido a Patricia y a mí (en alguna ocasión que nos ha tocado volver a pasar por Madrid) e incluso hospedaron a nuestra hija Susana, durante los 3 meses de su tiempo de internado en Medicina Interna (gesto de verdadera hermandad, de valor incalculable). Permanecimos en la Comunidad hasta nuestro regreso a Santo Domingo en Febrero de 1992 (prácticamente 3 años), y la noche de nuestra partida, después de estar en la Asamblea de Oración, más de un 50% de los miembros de la Comunidad, nos acompañó (a Patricia, Susana y a mí) a las puertas de entrada al interior del aeropuerto. Imágen grabada con tinta indeleble de cómo “nuestros hermanos” nos mostraron su gran AMOR con besos, abrazos y lágrimas, a las puertas donde ya les era imposible entrar con nosotros.
Aprendí grandes verdades en todo ese largo-corto tiempo de de vida comunitaria. Una de ellas fué la Evangelización Relacional, porque las magníficas enseñanzas, por sabias que sean, sólo pueden impactar a las personas, pero sólo la buena acogida, la sonrisa a tiempo, la llamada del genuino interés de saber cómo están (el buen seguimiento) y el hablarles directamente al corazón más que al cerebro, etc., y finalmente, el hacerlos sentir “parte de”, es decir: hacerlos corresponsables del buen funcionamiento de la comunidad, o lo que lo mismo hacer crecer en ellos el sentido de pertenencia, pueden hacer que las personas puedan cambiar de sentirse extraños, peregrinos y extranjeros a sentirse hermanos amados y amantes de los demás miembros de la Comunidad y de la forma de vida que El Señor nos ha regalado.
Juan Carlos