El misionero pobre y Santo.
Cuando llegué de España (Febrero del 1992), me encontré con la agradable noticia de que mis padres pertenecían a los “Misioneros de la Cruz”, que representaban a los íntimos del Padre Alfonso Navarro , Fundador y Propulsor del Sistema Integral de la Nueva Evangelización (SINE).
Como su nombre indica, mis padres, pero específicamente mi padre, (quien llegó a ocupar la Dirección General a nivel de la República Dominicana) , era el encargado de dar formación a los demás miembros de los Misioneros de la Cruz.
Entre sus atribuciones como misionero, estaba el llevar la palabra y a través de unos cursos formativos, enseñar a ser un buen cristiano comprometido.
No conozco la razón exacta, pero mi padre Juan Tomás, era el encargado (entre otras muchas zonas del Distrito Nacional y del país) de la Evangelización de las Lomas de Tireo, en la región de Constanza, zona qué se levanta en lo alto de la Cordillera Central.
Mi padre asistía entre 1 y 2 veces por mes, se quedaba en una humilde casa del lugar y desde esa casa-base, se movía entre los parroquianos.
Mi padre tomaba autobuses, carros y motores públicos para llegar hasta Tireo, y nosotros (al menos yo), nunca nos enteramos.
Me acuerdo (como hoy) que cientos de veces, al ir a visitarlo, lo encontraba sentado debajo de un árbol, preparando el material para sus enseñanzas y sus retiros de fin de semana.
En especial, mantengo muy vívido entre mis recuerdos más preciados, que en su último cumpleaños, su cumpleaños setenta, no solamente llegara tarde al almuerzo (hecho en su nombre), sino que llegara totalmente “empapado” de agua.
Recuerdo como nos extrañamos y casi nos enfurecimos con él, pues llegamos a reclamarle que cómo era posible que se movilizara y, peor aún, llegara a su casa, el día del almuerzo en honor a su cumpleaños, totalmente “mojado”, cuando sus dos hijos tenían carros con chóferes privados; y que en el caso específico de mi hermano Juan Tomás, se ofreciera a llevarlo e irlo a buscar, cuando él quisiera.
La respuesta fue arrolladora, chocante y estremecedora: “un misionero que va a misionar entre los pobres, no puede llegar en vehículos de lujo con chofer incluidos… debe ser como uno de ellos”.
Me quedé frío mientras él, yendo a su habitación, se quitaba su ropa mojada, se secaba con su toalla y se ponía ropas secas para ir a comer el almuerzo del que sería su último cumpleaños.
A su muerte, ocurrida 8 meses después, celebramos una de las misas en su natal Bonao y como hijo mayor me correspondió leer una hoja escrita por mi, en su nombre.
Al terminar la misa, me dijeron que habían llegado “dos güagüas grandes con feligreses de las Lomas de Tireo y que muchos de ellos querían darnos el pésame a la viuda y a sus hijos. Se me acercó una humilde señora y me preguntó:”¿Usted es el hijo de Don Juan Tomás?, a lo que asentí con mis palabras y mi cabeza, tomándola del brazo; la Señora me dijo, con ojos que se iban humedeciendo cada vez más mientras hablaba:”… A Don Juan Tomás, mi esposo y yo, les dábamos la pieza principal de nuestra humilde casa, la nuestra; y cuando Don Juan Tomás se marchaba, al verlo partir, volvíamos a la habitación y nos decíamos:”… éstas noches, en esa cama ha dormido un santo”.
Como ustedes comprenderan, no es lo mismo pensarlo, o decirlo uno mismo que cuando otro te lo dice con tanta categoría. Mientras la señora iba conversando compunjida, así mismo fui entrando en esa congoja, mezcla de dolor y orgullo, de saber que mi Padre terrenal Juan Tomás Vargas Garcia, no fue nunca un pobre misionero, sino un “misionero pobre”.