Salmo 5
de David.
Escucha, oh Señor mis palabras;
Considera mi gemir.
Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío,
Porque a ti oraré.
Oh Señor, de mañana oirás mi voz;
De mañana me presentaré delante de ti,
y esperaré.
Respiro profundo, abro mis ojos y me doy cuenta que ya El está ahí…que El DIOS QUE NO DUERME, el Dios que no toma siestas, el Dios que no necesita “breaks”, ni vacaciones, ya está frente a mi cama esperàndome, haciendo hora para nuestro encuentro. Y le miro y El me mira, y en esa mirada que traspasa, en una fracción de no se qué tiempo, me invade suavemente su “presencia” . Comienzo a hablarle, se que ya él conocía cada una de mis palabras, y, aún así, se las digo…y se que El, de forma milagrosa, “me escucha”; EL ATIENDE MI CLAMOR, Su oído está atento a mí, le interesa lo mío, (Oh, Dios, ¡te interesa lo mío¡) sabe lo que le voy a contar porque nada mío le es ajeno, nada le es extraño; pero me escucha como si fuera la primera vez, porque cada vez es nueva para El.
Y le cuento, le agradezco que salga a mi encuentro, le bendigo, le alabo, canto loas a su nombre, le cuento cómo estoy: sé que a él le interesará, como dice aquella canción que escuchaba de joven: “…le contaré las cosas que hay en mí, y que sólo a El le interesarán; es que CRISTO es TODO para mi…”
Y sé, confío, descanso en su escucha atenta, en su mirada, ….en su presencia, ……en El.
Disfruto de nuestro encuentro,
Se que mañana estará allí, nueva vez, frente a mí, velando mi sueño, al lado de mi cama
No le haré esperar