✝️ HOY LA IGLESIA CELEBRA, PARTICULARMENTE LA ORDEN FRANCISCANA, LA FIESTA DE LA IMPRESIÓN DE LAS LLAGAS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS.
Desde su conversión a Dios, san Francisco profesó una grandísima devoción a los misterios de la Pasión del Señor, y no cesó de meditar y de predicar con su vida y su palabra a Cristo crucificado.
En septiembre de 1224, dos años antes de su muerte, se retiró al monte Alverna para consagrarse totalmente a la oración y la penitencia. Y sucedió que uno de aquellos días se le apareció un ángel a San Francisco y le dijo: “Vengo a confortarte y a avisarte para que te prepares con humildad y paciencia a recibir lo que Dios quiere hacer de Ti”. “Estoy preparado para lo que Él quiera”, fue su respuesta.
La madrugada del 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, antes del amanecer, estaba orando delante de la celda, de cara a Oriente, y pedía al Señor “experimentar el dolor que sentiste a la hora de tu Pasión y, en la medida de los posible, aquel amor sin medida que ardía en tu pecho, cuando te ofreciste para sufrir tanto por nosotros, pecadores”; y también, “que la fuerza dulce y ardiente de tu amor arranque de mi mente todas las cosas, para que yo muera por amor a ti, puesto que tú te has dignado morir por amor a mi”.
De repente, vio bajar del cielo un serafín con seis alas. Tenía figura de hombre crucificado. Francisco quedó absorto, sin entender nada, envuelto en la mirada bondadosa de aquel ser, que le hacía sentirse alegre y triste a la vez. Y mientras se preguntaba la razón de aquel misterio, se le fueron formando en las manos y los pies los signos de los clavos, tal como los había visto en el Crucificado. En realidad no eran llagas o estigmas, sino clavos, formados por la carne hinchada por ambos lados y ennegrecida.
En el costado, en cambio, se abrió una llaga sangrante, que le manchaba la túnica. Los estigmas le sangraban, le causaban grandes sufrimientos y le dificultaban su vida y actividades, pero no cesó de viajar y predicar mientras sus fuerzas se lo permitieron. En vida del Santo, sus compañeros más cercanos pudieron ver las llagas de manos y pies, y a partir de su muerte todos pudieron contemplar también la llaga del costado.
Benedicto XI concedió a la Orden Franciscana celebrar cada año la memoria de este hecho, probado por testimonios fidedignos. + ORACIÓN. Dios de amor y de misericordia, que marcaste con las señales de la pasión de tu Hijo al bienaventurado padre Francisco para encender en nuestros corazones el fuego de tu amor, concédenos, por su intercesión, configurarnos a la muerte de Cristo para vivir eternamente con Él. Que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén. ¡Paz y Bien!