HONRAR PADRE Y MADRE
Siempre hemos oído el 4to mandamiento, escrito en “Dt 5,16 ; Mc 7,10, etc.) “Honra a tu padre y a tu madre” »; a pesar de que el cúlmen del mandamiento lo podemos leer en la carta de San Pablo a los Efesios 6,1-4:
Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es justo. “HONRA A TU PADRE Y A tu MADRE (que es el primer mandamiento con promesa), PARA QUE TE VAYA BIEN, Y PARA QUE TENGAS LARGA VIDA SOBRE LA TIERRA”.
El Catecismo de nuestra Iglesia, ilumina algunos puntos que atañen y esclarecen muchas verdades, incluyendo esta.
«De conformidad con el cuarto mandamiento, Dios quiere que, después que a Él, honremos a nuestros padres y a los que Él reviste de autoridad para nuestro bien» (Catecismo Iglesia Católica-CEC, n. 2248).
«El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, los descendientes de nuestros antepasados; en nuestros conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser llamado “Padre nuestro”. Así, nuestras relaciones con el prójimo se deben reconocer como pertenecientes al orden personal. El prójimo no es un “individuo” de la colectividad humana; es “alguien” que por sus orígenes, siempre “próximos” por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares» (CEC, n. 2212).
«Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda. El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar» (CEC, n. 2251).
«Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3, 20; cf Ef 6, 1) (…) La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo» (CEC, n. 2217).
«El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).
«El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre» (Si 3, 2-6).
«Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor […] Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre» (Si 3, 12-13.16)» (CEC, n. 2218).
Y quiero empezar por esta última parte, escrita en el libro de Sirácides (o Eclesiastés, como mejor se le conoce) “cuida de tu padre en su vejez”, wao¡. Ahora que he “casi” entrado a esa etapa, me ví muy reflejado. Ayer estuve almorzando con mi madre…le ví las manos, la cara, los cabellos que una vez fueron una larga cabellera castaña-rubia, hoy es un pelo corto, totalmente canoso…y quien e una vez caminaba a paso rápido (como en el peaje) ya su andar es lento, como si un pie le pidiera permiso al otro…una queja, y otra, y otra; hasta que caigo en cuenta que no es ella sola, que son muchísimos de su misma edad, y que yo mismo, tambien, en muchas circunstancias, transito ese mismo camino.
“…aunque haya perdido la cabeza, se indulgente…”, me miro y mi observo y hago lo mismo con mis familiares, mis hermanos, mis amigos, y sobre todo con mis íntimos, de 45,50,60 años, etc., y me doy cuenta que hemos empezado (hace algún tiempo) con nuestra falta de agilidad mental, y de memoria, sin embargo, somos tan rápidos para la crítica, para la burla, el sarcasmo y la falta de “indulgencia”.
Una vez, nosotros mismos fuimos rápidos, ágiles, de veloz reactividad, de pensamientos y movimientos repentistas…pero tambien el indetenible tiempo ha ido pasando, y lo que una vez fue, ya no es, ni será jamás.
Volviendo a mi madre…vi algunos surcos que los años han dejado…Los recuerdos más vívidos de ella, son de una “mujer luchadura”. Siendo una mujer pueblerina, y con poca escolaridad, casada a los 17 años (con un hombre más jugado y más experimentado en cosas de la vida que ella)…se aprehendió a nosotros con uñas y garras para salvarnos (sobre todo a mí) de la muerte.
Entre esas distantes memorias (de esa mi primera infancia), recuerdo ir a varias misas juntos con mi abuela materna, ellas vestidas de negro y con mantilla cubriendo sus cabezas, (yo en pantaloncitos y camisita), a la parroquia San Antonio de Padua, (que a la sazón, me parecía del tamaño de la basílica de San Pedro, junto a imágenes altísimas, incluyendo por supuesto la de San Antonio de Padua).
No recuerdo que en ese tiempo nos acompañara mi Padre porque creo que el viejo no estaba en eso y porque fue mucho tiempo después que alcanzó a Jesucristo.
En resumidas cuentas, mi madre y la madre de mi madre, me llevaron a la iglesia, a ver a Jesús, y a contemplar las copias antropomórficas de hombres y mujeres que fueron testigos de su amor salvífico. Y es muy probable que sea la misma historia la que se repita en muchos de nosotros.
Creo que debo visitar más a mi madre…creo que debo devolverle parte del mucho amor recibido de ella. Hace tiempo escuché que entre padre e hijo, “hay uno que ama y otro que se deja amar”, y es que, por razones bastante obvias, el Amor Humano, va trascendiendo de forma vertical. Sin embargo, hace un tiempo, que por diferentes razones, no la visitaba en su casa, no comía en su mesa, no me acostaba en su cama tomandole (sin soltar un minuto) la mano. Así transcurrieron varias horas…y mi corazón y mi alma rebosaron. Se que ambos disfrutamos esa experiencia de “amor”; al momento de partir, esa silueta (de una mujer amante y entrada en años) que no se apartó de la puerta hasta que ya desaparecí al doblar en la primera esquina.
Vine todo el camino, con una mezcla de congoja, alegría y esperanza de querere y volver a visitarla prontísimo…antes de que, de alguna forma, ya no “esté” con nosotros.
JC