Mi pequeño “Mundo Express”
Cuando era pequeño, porque (créanlo algunos o no) también fuí pequeño; las cosas eran muy diferentes. En estas 6 décadas de vida que El Señor me ha regalado, he visto tantas cosas cambiar, que algún día no me extrañará, que en vez de ladrar, algún algún perro de la calle empiece a hablarme, al cruzar su marquesina.
Quiero empezar contando que nos mudamos a la capital a finales de los 60s, como una familia de clase baja (tal vez media baja), vivíamos en casa alquilada y tuvimos (como muchos parroquianos de nuestro nivel) un carrito pequeño, casi siempre asignado por la compañía; el nuestro era un carrito checo que acababa de salir al mercado y por supuesto era “plain, es decir, más incómodo y duro que el caraj” nada que ver con los modernos.Este carrito como era de trabajo, lo usaba mi padre para esos fines y por supuesto, en casa nos quedábamos solos con las de andar.
Vivimos en el Ensanche Kennedy, (detrás de los bomberos), y salíamos a las 7:15-7:30 a.m., caminando al colegio “Las Antillas” un día sí y otro también. Nos llevaba el Doctor Hugo Cabrera. Eramos un grupo de 4 muchachitos, e íbamos con él al centro dos a cada lado. Caminábamos como unos 35 minutos. Pero el largo camino para mí que era un niño de 7 años (y en tercero de primaria) se hacía corto, pués lo hacíamos bajo sus comandos..primero, el famoso: “pato al agua”, que significaba que ya podíamos empezar a caminar y además cruzar las calles, (entre ellas la peligrosa esquina San Martín con Pepillo Salcedo); un “alto” tipo militar, al llegar a la esquina y esperar que nos dieran paso, pero lo que más disfrutábamos era ir cantando todo el trayecto y sin cansarnos: “Yo tengo una bolita que me sube y me baja ¡ay¡…”.
Para empezar el día, sólo el ir al Colegio, “costaba” un pequeño largo y agradable esfuerzo, pero costaba.
En el mundo en que me toca vivir hoy…esa no es la realidad de lo que ocurre entre mis amigos ni mis hermanos.
Y es que casi sin darme cuenta pasé al mundo de los carros automáticos, con aires acondicionados y ventanas eléctricas, del café colado en cafetera, y la Televisión dentro de la casa, etc., es decir, entré en el mundo de la modernidad
Y si me detengo unos minutos…podría decir que vivir en este mundo de la modernidad y postmodernidad es lo mismo que decir que vivo en mi pequeño “mundo express”.
Quiero todo hecho, todo rápido y además todo “bueno”; las cosas eran para ayer, no he acabado de decir la a de agua y ya estoy esperando que el vaso con el preciado líquido esté a menos de un metro, y no tocaré el tema del microondas, los ar fryers, los videojuegos, ni el internet, (porque ya esas son otras quinientas) pero se me olvida el teléfono de discos con su “que me llame cuando pueda”, se me olvida del “cocinao” a leña, de poner agua a tibiar para bañarme, de yo mismo hacerle filos a mis pantalones y mangas de mi camisa, antes de salir a la calle.
Pero lo peor no es eso…se me olvida que la crianza de mis hijos me pertenece en primer lugar a mi, que el amor se construye con “tiempo compartido”; que las buenas cosas en nuestras vidas, toman su tiempo de cocción y que, muchísimas veces, no se dan “silvestres”, sino que hay que “INVERTIR” en ellas.
Este “mundo express” nos hace que muchos (tal un poco más que sólo muchos) nos levantemos a mil, despertemos a los muchachos (a diez mil), se traguen el desayuno (o se lo vayan comiendo en el carro), vayamos como locos por no llegar tarde y que les cierren la puerta del colegio, etc.
y de esta manera nuestro mundo express se convierte, indefectiblemente, en un mundo “stress”
Con esa agitación de vida, no nos hemos despertado temprano, no hemos orado, no hemos leído su palabra santa y reveladora, no hemos meditado, no nos hemos detenido a escuchar lo que tiene que decirnos El Señor, en ese lugar, ese día, ese momento y esa hora…y aún así queremos empezar a vivir en un mundo express sin que se convierta en un mundo stress. Creo que, aunque es prácticamente nuestro modelo de vida presente, no es la vida que El Señor quiere para nosotros, no es la vida que El pensó ni es la vida que deberíamos aspirar a vivir.
Amigos, hermanos, les escribo a ustedes y a mi mismo…invirtamos en nuestra vida interior, nuestra vida de fé, nuestras relaciones de hermanos de sangre, en nuestro primer compromiso de amor (el conyugal) en el criar y formar hijos cristianos, en un mundo no cristiano.
Démonos cuenta de que la amistad, el amor, las relaciones verdaderas, pero sobre todo la vida interior, la vida de fe, etc. de la que proviene toda la ley y los profetas (como dice nuestro Señor Jesus) y como está escrito muchas veces en su palabra, se construye invirtiendo tiempo, muchas veces sin tener expectativas muy altas de los demás, pero siempre dando lo mejor de nosotros dándonos cada día más, se construye a FUEGO LENTO.
Es difícil luchar y, peor aún, pretender ganarle la batalla a este mundo “express”, viviendo una vida espiritual fuerte, profunda, amplia, cercana al Dios sempiterno, de quien pende todo, la vida que queremos y aspiramos a vivir, aquí y ahora, será más fácilmente alcanzable, sin tantas prisas