Padre mío
Hace poco viví una experiencia espiritual distinta. Descubrí una forma diferente de relacionarme con Dios.
Había estado orando desde casi el alba, cerca de las 5:30 A.M.; como parte introductoria a mi momento de oración, casi siempre suelo hacer la meditación: “Rezando Voy”…que trata, básicamente, sobre alguna de las lecturas del día y que hace ya un tiempo largo descubrí (mos?) y que, además de Patricia y yo, sé que alguna persona más la hace.
Muchas veces, y para no perder detalle alguno, la suelo escuchar dos veces…porque puedo escuchar muchas veces las canciones de Federico Carranza (un hermano nuestro, que junto a su esposa Ana son, además de miembros de la Comunidad Jésed, en Monterrey, Méjico, muy queridos por nuestra familia y nuestra comunidad); al igual que las lecturas del día, y más aún, las reflexiones que suelen hacer de las mismas, en otras palabras, trato de no desperdiciar nada.
Termino el tiempo de “Rezando Voy”, y paso al momento central de mi oración: El tiempo de adorar y alabar al Rey y Señor de todo cuanto existe. Lo adoro por quien es, por su magnificencia, por su Santidad, por su Gloria, su Poder, por sus atrios sagrados, por Jesús sentado a la derecha del Trono Sagrado, por ser Dios de Cielo y Tierra, de Todo lo “visible y lo invisible”…por estas y por muchísimas cosas lo adoro y postro mi corazón ante su presencia.
Luego, un tiempo “especial”, es el tiempo de abrir mis labios y alabarle, rendirle honor y gloria; exaltarle, por todas las cosas que ha creado para mí y los míos, por dejarme conocerlo y poder, aún hoy, contarme (sin mérito alguno) entre “los suyos”. Es el tiempo cuando se abre la boca de mi corazón y reconozco muchas de las infinitas cosas que ha hecho en mi vida y en la vida de las demás personas que conozco y amo.
Después de terminar este tiempo, suelo tener un rato de meditación de la Palabra de Dios que ha sido leída y que he escuchado atentamente. Fruto de esta meditación vienen algunas ideas sobre el “status” de las cosas y la manera en que participo; el cómo puedo mejorar algunas áreas, cambiar algunas áreas, y ser mejor ser humano y por tanto mejor cristiano.
En esto, haciendo un buen resumen, consiste en un tiempo de oración de 30-45 minutos, 4 o 5 veces por semana.
Resulta que, uno de estos días, me desperté más tarde, y no saqué el tiempo necesario y suficiente para estar a los pies del maestro. Me levanté presuroso y con sólo un café me fui donde el fisioterapeuta. En medio del camino, (son unos 30 minutos de casa), empiezo a orar, y siento una necesidad extraña de relacionarme con mi Padre Dios, de una forma diferente, de una manera especial, personal, y muy íntima. En medio de mi oración empiezo a hacer la oración del Padre Nuestro; pero, por primera vez, fui cambiando todo lo “nuestro” por lo “mío”…y le llamé, Padre Mío, que estás en el Cielo, Santificado sea tu Nombre, Venga a mí tu Reino, Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Dame hoy mi pan de cada día; perdona mis ofensas como yo perdono a los que me ofenden, no me dejes caer en tentación, y líbrame del mal. Amén.
Como expresé hace unas cuantas líneas atrás, fue una forma diferente…lo sentí más cercano, más íntimo, más mío…era como si, en un pedazo de tiempo, fuéramos Él y yo.
Fue muy bueno, esta vez, sentirlo Mi Padre…Padre mío.