Perfección vs. Excelencia.
No recuerdo la fecha exacta, pero hace poco tiempo, leí a algún autor, haciendo una comparación entre la Perfección y la Excelencia.
La “Perfección”, aunque es una exhortación-mandato de nuestro Señor Jesús: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” es un versículo de la Biblia que aparece en Mateo 5:48.
Sin embargo, este autor me hacía pensar en que muchas veces, nuestro afán y esfuerzo de SER PERFECTOS, venía acompañado de dos tentaciones no muy buenas.
La Primera, es que se pueda convertir en una obsesión personal, una “necesidad” imperiosa de ser “el mejor entre los mejores”, y estar empujando la carreta de su vida, llegando hasta el límite. Tal vez (y sólo tal vez), sea una cuestión de orgullo, de vanagloria, de demostrarme y demostrar a otros que, somos los mejores en todo lo que hacemos.
Personalmente, creo que Dios no quiere este “agravio comparativo”, puesto que como dice la canción Desiderata: “Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado,
pues siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tu”
La Segunda, es que este afán nos cause intranquilidad, desasosiego, impaciencia y sufrimiento, al sentir la presión del no alcanzar esta perfección. Es como el estudiante que aspira a sacar 100 en todas las asignaturas, de todos los semestres, de todos sus programas académicos; y al ver que en algún momento no alcanzamos a lograr este 100%.
La Excelencia, por otra parte, significa dar lo mejor de mí. Hacer mi mayor esfuerzo en “ser buenos” o incluso más que buenos.
Esta búsqueda esforzada de la excelencia tal vez no esconda el ser psico rigidez, sino que sea la normal consecuencia de nuestro llamado a ser luz y sal de la tierra.
Ser la mejor versión de mi mismo, dar la milla extra, hacer todo lo que esté a mi alcance para mostrar a Dios la ofrenda que llevó a Abel a dar lo mejor de su rebaño al Señor: “Caín presentó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda. (Génesis 4:1-5). Caín se enfureció y andaba cabizbajo.
Entonces el Señor le dijo (a Caín): «¿Por qué estás tan enojado? ¿Por qué andas cabizbajo? Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero, si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte. No obstante, tú puedes dominarlo».
Y ya sabemos cómo terminó la historia.
Caín presentó una ofrenda mientras que Abel presentó lo mejor de su rebaño. Abel se esforzó a ser excelente y presentar una ofrenda excelente.
Te exhorto a ser excelente, a no hacer lo que “se pueda”, sino lo mejor que “se puede” y se pueda hacer. Sabiendo que cada uno de nosotros tiene una vocación, unos talentos, unas gracias especiales dadas por Dios para rendirle el honor y la gloria que sólo El se merece. Sin buscar reconocimientos ni alabanzas para nosotros mismos.
Con el pasar de los años, la misma vida nos va enseñando que todos somos diferentes y que, como dice su palabra en Mateo 25, 14 y siguientes: “El reino de los cielos será también como un hombre que, al emprender un viaje, llamó a sus siervos y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco mil monedas de oro, a otro dos mil y a otro sólo mil, a cada uno según su capacidad. Luego se fue de viaje….”.
Ninguno de esos hombres fue a quejarse ante El Señor sobre el por qué recibió diez, cinco o sólo mil monedas de oro. Ese es un misterio, aunque la misma Palabra nos dice que Dios las repartió “según su capacidad”.
Nuestra obra es hacer que las monedas de oro, que El Señor nos ha regalado, las pongamos a “producir”; las pongamos al servicio de El y de los hermanos…y que ojalá que nunca cavemos un hoyo en la tierra y las escondamos, pues el dinero es de nuestro Señor.
En Cristo
Juan Carlos Vargas.