Qué precio tiene el cielo?
Tengo unos amigos que viven como a 50 metros de mi ventana. Son unos pajaritos que con su hermoso par y trinar me anuncian que aún el sol duerme pero que está muy cerca su despertar.
Como ustedes saben, (o les hago saber ahora), suelo ser más diurno que nocturno. Pienso que así como veía a mi abuelo levantarse temprano para ir a la finca y que le “rindiera” el día, así mismo, en este tiempo (tiempo de abuelo), y probablemente debido a estos días de confinamiento, me despierto a las 5:00 o 5:30 AM, que suele ser una hora temprana para muchos, pero que para, tal vez para muchos otros más, es la hora acostumbrada.
Pués corrí las cortinas, abrí las persianas venecianas, miré a lo lejos…y vi el cielo; aún estaba medio oscuro y pensé ¿que precio tiene el cielo?.
Soy muy fácil de asociar canciones u otros pensamientos (a mis ya pensamientos) y me volví a preguntar: ¿QUE PRECIO TIENE EL CIELO? y la verdad es que inmediatamente me respondí: “El cielo tiene un precio muy, muy caro”, y sin embargo, ustedes yo, queremos estar un día allá.
Pensé que las buenas obras, los buenos deseos, los buenos pensamientos, por si sólos, eran apenas un granito de arena en el mar, el peso que representa una onza, en comparación con todo el peso del universo…en otras palabras NADA (o casi nada) e inmediatamente pensé en su Misericordia, que es infinitamente más grande y constante que cualquier cosa que exista.
Los esfuerzos, las batallas, las debacles, los sustos, las pruebas, las aparentes derrotas, el sudor y la sangre, el efecto del paso del tiempo, (con sus achaques y sus huellas) por medio a la gracia “santificante” derramada, se convertirán (como suelen decir unos amigos) en simple refrigerio.
El cielo no se gana, no se merece, no se rifa, no viene como oferta de temporada, para ver quién se lo “gana”. El Cielo, se regala, lo regala Dios, a quienes quiere, cuando quiere y (lo mejor de todo), porque El QUIERE.
Y al mismo tiempo que pienso y escribo que no se gana, digo también, sin temor alguno a equivocarme, que a los cristianos (y a los que no siendo “cristianos) de todo el mundo, dando y dándose, gastando su vida en el prójimo, por amor a Cristo; por motivo a la Gracia de Dios que actúa en ellos, les promete una “morada” en la gran casa Celestial.
Pero primero hay que dar y darse. Parecen palabras sencillas, tal vez lo sean, para mi no son “tan sencillas”.
El precio del cielo, el valor del cielo, su costo, etc., hay que ponerlos en una especie de balanza celestial, donde después de una vida de santidad y muerte, de gozos y tristezas, de esperanzas y desesperanzas, de sueños y pesadillas, de actos de vida y de muerte…pero sobretodo, después del cómo actuamos a lo largo de ella, entonces si, que por su gran misericordia y sus promesas de vida eterna y salvación, nos encontraremos adorándole a sus pies.
Desde mi Escritorio
Juan Carlos