Una experiencia religiosa
Hace muy poquito tiempo mi familia y yo nos fuimos de fin de semana a la playa, en compañía de dos familias muy queridas y especiales. Debo de decir que estas salidas de fin de semana las solemos hacer varias veces al año, en búsqueda de la paz que se vive estando algo alejados de esta urbe de Santo Domingo.
Una de las características importantes que tiene el poder salir con estos hermanos-amigos, es que cada uno va a su aire, dicho de una manera práctica (para que no se mal entienda y alguien pueda pensar que salimos en un viaje lleno de desorden) sino que no tenemos una hora fija para hacer las cosas, por ejemplo desayunar; nos vamos despertando y según el tiempo va discurriendo, él nos va señalando la hora de preparar el desayuno, y cuando ya somos un grupito lo suficiente grande, entonces desayunamos, sabiendo que aún quedan algunos que duermen o se preparan para llegar a la mesa, y quienes a su momento y ritmo desayunarán. Hemos bautizado nuestras salidas como de “CERO STRESS”.
El período de vacaciones, nos permite descansar un poco más, acostarnos y levantarnos más tarde, entrar y salir sin tener muchas tareas pendientes, pero por otro lado muchas veces malimplica (incluso para muchos cristianos) vacaciones de orar, de ir a nuestros cultos o misas, de reunirnos o congregarnos con hermanos queridos,etc., y en sentido muy amplio, tener una especie de licencia para no cumplir compromisos y deberes adquiridos. Recuerdo de manera muy vívida aquél compueblano, a quien, al volver de nuestras vacaciones (en nuestra iglesia, solemos tener un mes de vacaciones en verano y un par de semanas en navidad, para que los hermanos puedan compartir más en familia); lo ví, lo busque y le manifesté de forma muy efusiva y entusiasta lo feliz de verlo en nuestra primera reunión después de las vacaciones de verano, y la extrañeza (como eché) de menos no verlo en el tiempo estival, a lo que el hermano me respondió: “pero hermano, ¡también en vacaciones usted se quería juntar conmigo!” No lo tomé a mal, aunque de verdad esperaba una respuesta diferente.
Les confieso que he estado viviendo, aún en medio de estas vacaciones, unos meses muy ricos y plenos, desde el punto de vista espiritual.
Me levanto bien temprano (cerca de las 5:00-5:30 am) pues tengo unos pajaritos que viven cerca de mi casa que me anuncian lo cerca que está la salida del lucero de la mañana, y por tanto que me debo levantar a hacer oración y entrar en contacto con mi Rey y Señor.
Repito que he estoy viviendo un estado de gracia muy especial. Y ese viaje de vacaciones, no alteró mi rutina de vida espiritual, es más, puedo decir que la enriqueció.
Estábamos en un apartamento justo de frente a la playa, y al levantarme a las 5:00 AM de la mañana, me permitía contemplar la hermosa experiencia de poder ver la obscuridad y al mismo tiempo escuchar las olas del mar. Y con ese fondo y trasfondo poder empezar un increíble tiempo de oración, como manera y forma de estar ante El Señor, antes de empezar la rutina del día.
Pero recuerdo muy vívidamente un tiempo de oración muy pero muy especial. Al amanecer del segundo día, mientras los demás dormían, me colé mi primer café, el que disfruté sorbo a sorbo. Preparado ya, me aislé en la soledad de mi lugar de encuentro y comencé por leer las lecturas del día, las medité en mi mente y mi corazón, tratando de encontrar lo que me estaba diciendo El Buen Dios, a través de ellas. Luego el momento central, comencé a orar con mucho fervor (y con más unción todavía) para que El Señor me concediera la Gracia de entrar en sus atrios y contemplar su Esplendor y su Gloria
Tenía ya un buen rato de alabanza al Dios Todopoderoso y Sempiterno, y en un momento dado sentí su presencia dentro de mí, tuve la certeza (como ha ocurrido centenares de veces) de que el Señor estaba dentro de mi corazón, de que se había hecho un espacio para estar y para recordarme que nunca me ha abandonado.
En medio de ese rato de oración, llegué a sentir que alguien estaba a mi lado, alguien se acercó por mi derecha. Traté de mirar por el rabito de mi ojo derecho y, efectivamente, alguien estaba de pies a mi lado; por un momento pensé que era una de las personas que había ido con nosotros ese fin de semana, sin embargo pestañeba muy rápidamente para intentar verlo y poder reconocerlo; seguía orando y a pesar de no descubrir su identidad, nunca sentí intranquilidad ni desasosiego sino una profunda paz que invadía mi corazón y todo mi ser.
Terminado mi rato de oración, abrí mis ojos y me dí cuenta de que ya estaba bastante claro y las olas del mar además de escucharse, se podían ver.
Sentí que ya alguien estaba en la cocina, y humano al fin, le pregunté si por casualidad ella había estado en la galería mientras que yo oraba, y me respondió que NO, que ni siquiera se percató de que había alguien allí. Fui más lejos aún y le pregunté si había visto a alguien más, acercarse a ese lugar, y me respondió que todo el mundo dormía.
Mientras compartíamos un café (mi segundo, realmente), le conté lo que me acababa de suceder, y siendo una mujer muy espiritual y una mujer de oración, su respuesta fue: “Hermano a Usted lo visitaron HOY.