UNA TAZA DE CAFE
Hace algunos años ya (creo que fué antes de la pandemia), nos fuimos de fin de semana con una familia.
La casa a la que íbamos estaba en la playa, en las afueras de la ciudad, como a 90 minutos de Santo Domingo (como verán, soy mucho mejor estimando la variable tiempo que la variable espacio-distancia). Llegamos, y como siempre, todo el mundo súper animado, por mi parte yo debía descansar un poco antes de integrarme al resto de las actividades de ese día.
La primera tarde-noche la pasamos súper bien. Comida rica, descanso, y creo que alguno de los muchachos quiso disfrutar de la piscina mientras, los demás disfrutábamos del diálogo y de un par de tragos. Llegado un tiempo, al menos yo, me retiré y los dejé en medio de recuerdos, cuentos y risas. Luego supe que se quedaron hasta muy tarde, ¡lo que me alegra mucho!
La madrugada siguiente, y como es costumbre, a eso de las 5:00 o 5:15 de la madrugada ya estaba despierto y de pies para tener mi rato de oración; obviamente, primero (y como casi siempre) me preparé una buena taza de café, la que disfruté con ojos cerrados y respirando su delicioso olor.
Terminado mi café empecé a leer las lecturas del día, luego a escuchar las meditaciones acostumbradas a las mismas, hechas por hermanos jesuitas y por algún afamado pastor cristiano no católico (quien es mi hermano por creer en Jesucristo), luego un tiempo para interiorizar tanto las lecturas como las meditaciones; y como un surfista, me empecé a deslizar poco a poco entre las olas de mis acciones de gracias, mis agradecimientos por el día que empezaba, por la vida que me había regalado, por permitirme abrir los ojos y ver la luz, por saber que estaba vivo y vivo por y para él, por permitirme tener la familia que Él me ha dado, y que aun descansaba, los amigos que tengo, por aquellos que comparten su fe cristiana conmigo, e incluso por aquellos hombres y mujeres que sin pensarlo, sin creerlo y hasta sin decirlo, (cumplen el mandamiento del amor al hermano, a quien ven, y que, muy probablemente sean del agrado del Dios a quien no ven); di también gracias por las pequeñas cosas que Él, en su gran amor y ternura, nos ha permitido teener, por los planes, los proyectos, las ilusiones, los sueños y lo que esperaba para ese día. Luego dediqué un tiempo a alabar al Rey de Reyes, al Eterno, al Dios uno y trino, al Soberano Señor que juzga la tierra con autoridad y justicia, creador de todo cuanto existe, lo visible y lo invisible; al qué Es, que Era y que Vendrá, al Dios de nuestros primeros padres Abraham, Isaac y Jacob, por haber enviado a su unigénito hijo Jesús a salvarme y a salvar la Humanidad pagando con su vida, todos los pecados qué he cometido, etc. Y luego el tiempo de las plegarias, de los ruegos, las peticiones, por nuestras muchas necesidades y por las muchas necesidades de nuestros hermanos y de todas sus creaturas en todo el mundo (incluyendo por mi mismo). Como siempre pidiendo piedad y misericordia y confiandome y confiando todos los míos a su Divina Voluntad.
Finalmente, las acciones de gracias finales, por haberme regalado otro rato de intimidad con El.
Casi terminando mi rato de oración siento que alguien ya se ha levantado, vuelvo la cara en dirección a la cocina, y veo a mi amigo que está poniendo su greca de café (de aquellas que solo llenan una taza grande para una persona que le gusta el café), y que era la misma que había tomado bien temprano. Pero oh cosas de la vida, ahí estaba yo conversando con el amigo y en un arranque de antojo, lo miro y le pregunto si podía compartir su taza de café conmigo… me dió una mirada seria y me responde:..!bueeeeno, yo siempre me tomo esa cantidad de café! Por un momento insistí y le dije que solo quería un poco, y que si hubiese sido yo hubiese respondido de tal y cual manera… mi amigo enfureció y me llamó de una manera (que no voy a repetir aquí), además de decir algo como, “… además hay que decirle las cosas como el quiere que se la digan” dejó la greka sobre la estufa me dijo, “pues toma tu café para ti”, a lo que yo le respondí: No, tranquilo, no te preocupes, ya no quiero café y me fui (con el rabo entre las piernas) otra vez a mi sitio.
Pasado un tiempo, ya se había levantado la mayoría de los demás, nos desayunamos, y antes de bajar a la piscina, en un momento dado, mi amigo tomó mi cara y me dió un beso en la mejilla.
Con ese beso entendí dos cosas: La primera es que le dolía las manera en que podía haber sentido esa mañana y la segunda fue decirme, con ese gesto, que Él me quería.
Eso lo cambió todo, e hizo que cualquier sentimiento de pena y de tristeza que tuviera, se apartara de mi corazón. Los dos días transcurrieron sin problema alguno, tiempo juntos en la piscina y el jacuzzi, varias conversaciones, un par de cervezas, algunas muestras más de amistad cariñosa entre nosotros y nuestras familias, y el domingo de vuelta para la capital.
Todo este tiempo ha estado reflexionando sobre lo qué pasó esa mañana… sé que muchos de ustedes no me conocen mucho, pero soy, algunas-muchas veces, muy sensible y ese fin de semana parece que estaba en un grado alto de sensibilidad y me sentí triste por esa actitud porque es muy probable que de haber sido al revés que hubiera compartido un poco de mi café. Creo que he resuelto el problema, por un lado hemos dejado de lado ese pequeñito incidente, y por otro lado, compraré una greca para dos tazas grandes de café para cuando salgamos de viaje, y como a ambos nos gusta el café en taza grande, no tendremos problemas de escasez, y seremos muy felices como siempre.
La mayoría de los problemas y de las dificultades interpersonales tienen soluciones prácticas, solo hay que buscarlas; lo primero es sanar cualquier herida del amigo, el conocido, el familiar, el hermano, etc., y lo segundo es qué solución práctica puedo tomar para que ese problema se solucione; en otras palabras, tomar la iniciativa por aquellas cosas que sí podemos hacer y que nos harán sentir mejores hijos de Dios y mejores hermanos.
¡Que el señor los bendiga grandemente!
JC