¡…Ven Espíritu Santo!
Hace muchos años conocí al padre Quique. Es posible que haya sido en el Encuentro de líderes celebrado en Managua, Nicaragua, en 1992.
Me causó mucha alegría saber, que a pesar de que éramos una Comunidad Laical, hubiera entre nosotros algunos sacerdotes, en varias comunidades alrededor del mundo.
Pues Padre Quique, era un sacerdote especial, sacerdote español, con muchos años sirviendo en Latinoamérica, y, desde hacía un largo tiempo, a la Espada del Espíritu (Comunidad laical Cristocéntrica, carismática, ecuménica, internacional, etc.), a la que nosotros, a la sazón, un puñado de miembros comprometidos, pertenecíamos y seguimos perteneciendo.
Escuchar a Padre Quique era enriquecedor; no era un excelente orador, pero escucharlo con atención te “iluminaba” por la profundidad de su discurso.
Recuerdo con atención cuando le escuché contar lo que le ocurrió al ser trasladado a el “Mochito”, una zona bastante deprimida de Honduras y, dónde al parecer, una parte de la población, vivía de la industria minera.
Nos Narraba el padre Quique, que al ir a celebrar misa por primera vez, la iglesia estaba prácticamente vacía; y que esta poca asistencia se repetía semana tras semana y Domingo tras Domingo.
Un día pensó: tal vez a esta parroquia le haría muy bien un piano-órgano y un pianista, y de esa forma podríamos tener unas misas más animadas y eso atraería a los feligreses; y se compró el órgano y se contrató el pianista…y las misas seguían con cuatro gatas y dos gatos.
Entonces pensó…ya sé, lo que le hace falta a las misas para que sean más concurridas es un buen coro…se puso en marcha la operación “formemos un coro” para que este acompañe (especialmente) las misas de los Domingos; y el resultado final fué el mismo: seguían asistiendo tres gatas y dos gatos.
Y fue entonces cuando “cayeron” las escamas de sus ojos y se “abrieron sus oídos” y se dijo, pues claro…lo que nos está faltando es la presencia del Espíritu Santo. Y primero él, e inmediatamente la escasa feligresía que le acompañaba en la iglesia, empezaron a pedir la presencia del consolador, del paráclito, de la “fuerza viva del Dios viviente”; y fué así como de una manera ininterrumpida, día tras día, misa tras misa, insistiendo a tiempo y a destiempo, la más intensa de las peticiones e intercesiones de cada celebración, siempre era que El Espíritu Santo de Dios se derramara en los presentes y en los que estaban seguros de que iban a venir.
Y, poco a poco, día tras día, misa tras misa, se fue llenando el templo, de niños, de jóvenes y de adultos de todas las edades, y empezaron a hacerse presentes las manifestaciones del Espíritu Santo, repartiendo dones y carismas, según el beneplácito de su voluntad.
“…lo que nos está faltando es la presencia del Espíritu Santo”
Ese día, creo que a los cientos que asistimos a ese encuentro de fin de semana, nos quedó más claro aún que: Lo que atrae a las personas y las hace acercarse al altar de Dios y celebrar juntos la koinonía de los hermanos, no es tanto lo decorado y hermoso que luzca el templo, la buena acogida de los servidores, el buen comportamiento de los asistentes, la forma amena o la profundidad de la homilía del sacerdote oficiante, etc., estoy de acuerdo con que todos estos son elementos accesorios que adornan la celebración eucarística; pero es la presencia del ESPIRITU SANTO de Dios, quién hace arder los corazones, aumentar la necesidad de estar con El y fomentar la presencia de una comunidad de fieles laicos comprometidos, que de forma gozosa y ferviente, se apoyan unos con otros por la expansión del reino de Dios.
Juan Carlos Vargas
8 de Mayo de 2024