Volviendo a mis orígenes.
Hoy quise volver a mis orígenes, a mi pasado, a esa parte de mí que se va quedando bien atrás en la memoria; pero que es parte de mí, de mi historia, de lo que soy y de lo que tal vez llegue a ser.
La noche anterior había sacado la ropa que me iba a poner, de tal forma que habría menos “ruido” al otro día.
Me desperté a las 6:15 am, tomé el imprescindible y casi bienaventurado primer café de la mañana, tomé una ducha, me alisté y salí rumbo a Bonao (cerca de las 6:45 am), a reencontrarme con mis orígenes.
Al iniciar mi trayecto, mi necesaria oración personal y luego la música de la Hermana Glenda. Esta me acompañó todo el trayecto.
Desorientado “in extremis” en la dimensión espacio-y-tiempo, y que todos esperarían que les contase, luego de encender la caravana, la segunda cosa que hice fue poner Waze. Sin embargo, presumiendo que, como era mi pueblo, yo sabía más que él, hice caso omiso de las últimas recomendaciones. Como era de esperar, me perdí un par de ocasiones, hasta que, haciéndole caso nuevamente, por fin llegué al cartel que señalaba la entrada.
Al principio, un pequeño paseo por el pueblo que me vio nacer, el pueblo de Bonao, que a la sazón era una común de la provincia de La Vega y que, desde 1978, es la provincia Monseñor Nouel.
Hacía años (ya ni recuerdo cuántos) que no lo visitaba, puesto que, aunque en los últimos 10 años han muerto varios tíos paternos, (residentes en ese lugar), no siendo amigo de funerarias ni cementerios; no viajé a dar los respectivos pésames ni despedidas finales a parientes, ni a dolientes.
Pasé frente al típico mercado de pueblo, frente a la pequeñita clínica donde supuestamente nací, por la avenida principal (que casi siempre es la venida Duarte), por el parque principal, con su glorieta central (donde se celebra cada jueves el concierto de la orquesta de los bomberos); por la obligada Plaza Cándido Bidó, entre otros.
Cómo era domingo y aún no había asistido a misa (y viendo que se acercaban los parroquianos), decidí entrar a la iglesia de San Antonio de Padua, Santo patrono de la provincia y cuya fiesta terminará el próximo día 16 del mes en curso.
La misa fue muy buena, la homilía muy atinada a las lecturas del día y los cánticos carismáticos que entonaron, me hicieron recordar tiempos pasados.
Mi mente viajó al pasado remoto, tan remoto que casi estaba desdibujado. Recordé a una señora (posiblemente en su cuarta década de vida) adornada de un rosario en su mano derecha y una mantilla sobre su cabeza que tomaba de la mano a un niño de 6-7 años; la señora era mi abuela materna (mamá Toña) y el niño era yo. Me recordé sentado en un banco, tranquilo a la fuerza y mirando la estatua de San Antonio de Padua, desde mi perspectiva de pequeño liliputiense.
Volviendo al presente, cuando terminó la misa (y antes de salir del templo), la parada de rigor ante el altar mayor, ante la imagen de la Virgen de la Altagracia y por supuesto ante el Santísimo Sacramento.
Terminadas esas visitas obligadas, salí por la puerta principal, donde pude observar la misma imagen que en otras iglesias de otros pueblos; en otras palabras: el niño descalzo, el mendigo con su rústico bastón, el lisiado, el ciego llevado por su guía, el que le faltaba uno o ambos brazos, una o ambas piernas, los que van en sillas de ruedas, las personas con necesidades específicas (con enfermedades sindrómicas o ACVs), el borracho con su característico olor a alcohol trasnochado (que nunca falta en las misas mañaneras) y hasta el perro realengo color kaki, etc., todos y algunos más.
Luego de haber participado en la misa y haber asistido al sacramento de la Eucaristía, busqué la farmacia más cercana que estuviera abierta, y compré un analgésico potente, para el dolor que había pasado de amarillo claro a amarillo oscuro; y luego, y al fin, la necesaria parada en el típico Bonao, para un rico brunch.
Puse de nuevo a mi amigo wake, esta vez con dirección a Santo Domingo.
No sé cuándo vuelva, no sé si podré volver, no sé si volveré…
Pero volví a mis orígenes, a la tierra donde nacieron mis padres, la tierra donde nací (y donde viví mis primeros 5 años), y lo más importante, la iglesia donde asistí por primera vez a misa…sólo eso último hizo que el viaje valiera la pena.