CARAS DE SANTOS
He conocido algunas personas que, pasados algunos años, han padecido alguna enfermedad de diagnóstico fatalista y expectativa de vida muy corta.
Cuando las conocí (algunas hacía ya algún tiempo), estaban llenas de vida, eran personas activas y productivas, afectivas y con múltiples carismas y talentos; que las llevaron a ocupar cargos importantes en sus vidas profesionales. Eran líderes naturales y poseían ese mimetismo para atraer personas y otros líderes. Por si fuera poco, eran personas para quienes Dios y la familia ocupaban un rol preponderante en sus vidas, y que pudieron, a lo largo de ella, dar un fuerte testimonio de una vida de fe y de entrega. Eran del tipo de personas a quienes podríamos llamar “gente solidaria”, “comprometida”, accesible, etc., además, almas con alto sentido de la responsabilidad social y de cumplir el rol que les correspondía, para hacer de este, un mundo mejor.
Pero un buen día, al buen Dios, se le ocurrió la “brillante idea” de hacerlos “santos”; y en su divina voluntad, escogió para ellos, el único camino, el camino de la cruz, para hacerlos santos e inmaculados en su presencia. Y A través de la enfermedad y de la muerte, permitirles la purificación de sus vidas, haciéndoles testimonios Vivos para otros, A fin de qué conocieran que en medio del dolor y el sufrimiento, es posible ser agente de cambio para otros. Dios, que todo lo sabe, que todo lo puede y que todo lo dispone, les permitió padecer y sufrir enfermedades y tormentos, que les fueron fortaleciendo la voluntad, sometiéndose al designio divino, y, sin dejar de hacer lo “humanamente posible” para seguir vivos y de esa forma, seguir brindando su servicio de amor .
Después de un tiempo sin verles, me llegó la noticia de su enfermedad, la que, en algún caso, venían padeciendo hacía algunos años.
A través del tiempo, los vi perder peso, en algún caso, caérseles el pelo, tener varios ingresos hospitalarios, saber que habían recibido sesiones de quimioterapia, radioterapia y (más modernamente), la novedosa inmunoterapia, que no es más que, el desarrollo, en el laboratorio, de anticuerpos específicos contra las células cancerosas que los afectaban.
Semana tras semana, mes tras mes, fui siendo testigo de cómo el hombre exterior se iba debilitando, mientras el hombre interior se iba fortaleciendo y haciendo fuerte, al punto de aceptar con dignidad y pundonor la cercanía del fin de la vida terrenal y el comienzo de la vida celestial; el fin del cuerpo corruptible y el inicio del cuerpo incorruptible.
Tengo muy grabadas (y presentes en mis pensamientos) la imágen de tres amigos, hombres y mujeres de fe y de una vida de testimonio, que hace poco tiempo han partido a la casa del Padre. Y en cada uno de ellos tengo el recuerdo de que, cercanos a la hora final, sus caras se veían diferentes, pues Dios les había regalado, a cada uno de ellos, una cara de santo. Si me preguntan cómo puedo describir esa “cara de santo”, tengo que admitir, que no tengo respuesta a esa pregunta; más sin embargo, en mí yo interno, sólo puedo decir que esos ojos luminosos me hablaban sólo con mirarlos, que esa cara que expresaba tanto sin hacer el mínimo gesto, y que ese rostro, que se iba apagando (con el paso de los días); era un rostro iluminado, con un destello especial del amor infinito de Dios, que nos cuenta y nos relata una paz que sólo puede venir de él.
Yo se distinguir rostros de gente alegre, de gente extrovertida, de gente que lleva y trae alegría a los que les rodean; pero en el caso de estas personas, era una cara que reflejaba paz, alegría y santidad.
He visto en más de una ocasión esas caras de santos. Le pido a mi Dios, que también a mí, algún día, por fuerte que sea la prueba, por profundo que sea el dolor, por fuertes que puedan ser esos momentos, me regale (al igual que a ellos) una cara de santo.
Juan Carlos
20 de julio de 2024